este día solo tuve una clase. Salí de mi casa a las nueve con cincuenta minutos cuando me había propuesto salir a las nueve y media. No quería llegar tarde a mi única clase, no lo hice, pero sí tuve que correr para evitarlo. Llegué a las once con diez minutos a mi salón, aun no comenzaba nada, mi compañero de equipo me vio con alivio porque yo traía el reporte de la práctica pasada. En sí la clase era un laboratorio, de la materia de Mecánica de fluidos, y cada semana se entrega reporte de las actividades que se hacen. Cuando estuvimos todos ya (en total el grupo es de seis personas) el profesor nos dijo una frase memorable: en todo el mundo los mexicanos son reconocidos por llegar tarde, en todo el resto del mundo. Y remató diciendo: hay que llegar a la hora, no en la hora.
Sentado, esperando a que el profesor comenzara a explicar lo que haríamos ese día, sentí como mi garganta se resecaba, como dije había corrido mucho para no llegar tarde, y ahora dentro del salón, sentí un repentino cambio de temperaturas. En el exterior el sol resplandecía con intensidad, caminar bajo su manto no era diferente a un infierno, la sombra se recibía con gran gusto. En el laboratorio donde era mi clase la temperatura era baja. Laboratorio de termofluidos, con buen sistema de aire condicionado, de salones pequeños. Al entrar sentí como disminuía la temperatura, llegué y al sentarme comencé a sudar, de por sí ya sufro mucho de ese problema, no puedo moverme mucho sin comenzar a sudar como puberto de catorce años. Me limpio la frente con mi manga y respiro hondo para evitar toser.
En estos tiempos toser y estornudar es un mal signo, todos dicen que si uno se siente mal es mejor que no salga de casa, pero ese laboratorio no es una clase común, no puedo perderlo con facilidad, no pueden simplemente pasarme los apuntes, y además si no acredito el laboratorio, la materia de teoría también será reprobada sin importar qué calificación haya obtenido. No quiero eso, por eso corrí para llegar temprano.
El tema no tardó en volverse el centro de nuestra conversación, mis compañeros hablaban con el profesor, y rápido se hizo la pregunta clave, sobre si se suspendería clases en la facultad de Ingeniería por causa de la hacía poco declarada pandemía. El profesor se limitó a decir que hablaríamos sobre eso al final de la clase, por el momento, era mejor centrarse en las actividades programadas.
La clase dura dos horas, la primera se usa para dar una introducción y explicar los procedimientos que se llevaran a cabo en la siguiente hora. Después, se realiza lo establecido, se siguen los pasos del experimento, se obtienen los datos requeridos y regresamos a su lugar todo el equipo que se haya utilizados. En un caso como este no dejo de pensar en algo que nos dijo en clase mi profesor de Modelado de sistemas físicos, más o menos esto: los datos son una manifestación de una variable a través del tiempo. Las variable e incógnitas son mi pan de cada día, el punto de partida de todo lo que estudio, un echo que no se sabe su valor, solo que puede tenerlo. Todo lo que estudio sirve para encontrar una magnitud que me dicen que existe y que es significativa. Parece que hasta el momento es así, no tengo ninguna queja o al menos algo que decir sobre eso en este texto. Lo importante es que comenzó al práctica.
La segunda hora hicimos lo que se nos había explicado. El propósito de ese día era conocer el gasto másico en un flujo de agua, para eso utilizamos dos herramientas curiosas: dos tubos diferentes en donde se conocían los valores de las áreas donde atravesaba el agua, y con otras mediciones, se podía obtener la cantidad de masa que atravesaba la sección del tuvo indicada, y esa magnitud dividida entre el tiempo que costo tal proceso, nos ayudó a indicar dicho gasto de materia.
Este proceso, como en muchos de los casos de estudio dentro de la ingeniería, e incluso de la física, contiene una gran cantidad de idealizaciones, de variables que son omitidas porque no se consideran importantes o relevantes, o que su valor es muy pequeño que no genera cambios significativos en los resultados que se buscan. Trabajamos en un segmento reducido de la realidad, pero a través de esta misma realidad, lo cual siempre llevaría a incongruencias. Esto es algo que ocurre con frecuencia, las incongruencias, los errores de exactitud altos, respecto a valores nominales. Por le momento no dejo que eso me coma la cabeza porque no es más importante que lo que sucedió después.
Terminamos a unos cinco minutos de que concluyeran las dos horas de clase, así que el profesor pasó a anunciar lo que antes nos había antecedido: lo que las autoridades habían declarado sobre el corona virus. En pocas palabras el profesor pareció indicar que no estaba muy de acuerdo con las medidas oficiales, que parecían ser insuficientes y hasta indiferentes al verdadero peligro que todos vivíamos. El profesor dijo que se le estaba pidiendo a los profesores que comenzara a planear formas de dar clases diferentes al modelo presencial, estableciendo alternativas que las tecnologías más modernas nos permitían. Nada que indicara una pronta cancelación de clases, que, creo, era el punto de mayor interés entre nosotros, los estudiantes.
Si llega a haber un caso de un estudiante de la UNAM infectado, comenzaran a cerrase poco a poco las facultades, siguió mi profesor, al segundo caso, se cierra todo.
Sentí frío en mi espalda en ese momento, creo que en general todos los sentimos, era como si un velo invisible nos cubriera. Por unos momentos nos callamos y el pequeño salón, de paredes muy juntas, pintado de blanco, con buen sistema de aire acondicionado, se sintió más grande que nunca. Durante medio segundo vi a mis compañeros muy lejos, a metros de distancia de mí aunque estuviéramos todos en un espacio de menos de cinco por cinco. El profesor rompió+o el silencio anunciando más cosas, pero todos no podíamos dejar de pensar en esa posibilidad, o al menos, ese era mi caso.
Por lo general un anuncio de cancelación de clases resulta ser motivo de alegría entre los estudiantes, pero en este caso, y bajo las razones que obligaban a tal cancelación, solo podía sentirse preocupación. Sí, también deseaba la cancelación de clases porque la vida de estudiante siempre es un querer las cosas más sencillas de lo que son, y también quería no salir de casa, pero en el fondo sentía mucho miedo, un miedo muy grande que aun ahora, unos días después, no me abandona. escribo esto un domingo cuando lo narrado sucedió el viernes pasado: los sentimientos siguen frescos, ese frío que recorrió mi espinazo que no me deja aun cuando ya estoy en mi casa.
Veo a lo lejos, trato de imaginar las distintas posibilidades de todo tipo de suceso, y siempre termino enfocándome en cosas malas, en imaginar el peor de los escenarios posibles. Tal vez para muchos estamos viviendo en ese escenario, cuesta creerlo, digerirlo, pero no es así, estamos en un buen escenario pese a todo, o al menos yo vivo un buen escenario en comparación de mucha gente en el resto del mundo, y sé que podría empeorar. Tal vez me trato de preparar para que ese golpe no sea repentino, tal vez mi cerebro acostumbrado al dramatismo de telenovela y a la dramática barata empeora la realidad para trazar una trama complicada y excitante sobre supervivencia. No sé qué pensar al respecto. Siento miedo, creo que todos lo sentimos, tratamos de reír pero en el fondo no podemos olvidar ese terrible final que el entretenimiento gusta de vendernos, además de los medios.
Ya muchos hablan de esto, verdades sobre el brote de infección y su crecimiento exponencial, como lo mejor es no salir de casa y evitar lugares concurridos, que no hay que dejar que la preocupación nos quite el sueño, pero tampoco despreocuparnos del todo. El peligro es real, pero aun no es tan cercano. Las posibilidades de sobrevivir son altas pero no quiero formar parte de ese porcentaje excepcional que tatúa la historia.